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Cuando el acoso escolar nace en casa: la influencia invisible

“El bullying no empieza en el patio… empieza en el tono con el que miramos, escuchamos o callamos en casa.”


La semilla invisible

Ningún bebé nace sabiendo humillar ni temiendo ser humillado.

Ambas actitudes (acosar o dejarse acosar) se aprenden, muchas veces sin palabras, en los espacios más íntimos de la familia.

Ahí donde los adultos creemos que todo está bajo control, se siembran sin darnos cuenta las formas en las que nuestros hijos aprenderán a relacionarse.

Un niño que observa gritos, desprecios o sarcasmos diarios, entiende que el poder se demuestra dominando.

Otro que crece en un hogar donde no se le escucha o se le sobreprotege, puede aprender que valer menos es una forma de sobrevivir.

Y ambos (acosador y acosado) están reflejando lo que han absorbido, no lo que son.

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El espejo emocional

Como recordaba Marian Rojas Estapé, “los niños no escuchan lo que decimos, imitarán lo que somos.”

Daniel Goleman ya explicó que la inteligencia emocional se modela en casa, en los gestos cotidianos: cómo reaccionamos ante el error, cómo gestionamos el enfado, cómo pedimos perdón.

Y Paulo Freire insistía en que educar es un acto de amor y, por tanto, de valentía: nadie puede enseñar libertad si vive preso de sus propios miedos.


Cuando un hijo agrede, a menudo reproduce el patrón con el que ha sentido que se ganaba respeto.

Cuando un hijo se deja herir, quizás está reflejando una historia donde el cariño se confundía con la sumisión o la culpa.

Por eso, el acoso escolar no es solo un problema educativo; es también un espejo emocional de la sociedad que construimos en casa.


Desde ALMArgendetuMENTE, no se trata de buscar culpables, sino de mirar con ternura lo que fuimos hasta justo antes de darnos cuenta de lo que somos.

Cada padre, cada madre, tiene el poder de transformar el ambiente emocional de su hogar y, con él, el futuro emocional de sus hijos.

 

El cambio empieza en lo pequeño: en cómo corregimos sin humillar, en cómo escuchamos sin interrumpir, en cómo aceptamos nuestras emociones sin negarlas.

Si queremos erradicar el acoso, no basta con educar al niño: hay que reeducar las heridas de los adultos que lo guían.

 

“Cuando miramos dentro, cambiamos fuera.”


 
 
 

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